sábado, 29 de octubre de 2016

El pH de una lágrima

Os transcribo una carta escrita por Sara Yebra Delgado, una compañera R2 de Medicina Familiar y Comunitaria en Gijón, porque transmite todo lo que creo que significa la profesión... y hace hincapié en las carencias que tiene nuestra formación en la facultad. Espero que os guste o al menos, nos haga reflexionar un poco.

"Por favor, no puedo más..."
Y empezó a llorar. Y ahí estaba yo en mi primera guardia con la realidad palpitando descorazonada. Unos ojos con más daños que años me miraban pidiéndome ayuda. Estaba desarmada, intenté recordar algo de lo que me había memorizado en la carrera, busqué en mi cabeza algún esquema, alguna clase magistral, y lo único que recordé haber aprendido sobre el sufrimiento fue cuál era el pH de una lágrima. Me sentía indefensa y estafada, como si todos estos años hubiera estado trenzando una honda infinita y me hubieran dado una patada en el trasero para salir al ring, donde me esperaba Goliat. Y no tenía piedras.

Me enseñaron la escala EVA del dolor, pero nadie me dijo como consolar el dolor de perder a Eva. Sé dar puntos simples, colchoneros, poner grapas, apósitos, vendas. Ni idea de como restañar las heridas que no sangran. Münchausen, Raynaud, Gilbert, puedo decir muchos nombres de síndromes raros pero se me atascan las frases que empiezan por "lo mejor es que no sufra", "no va a recuperarse", "lo siento". Un miligramo por kilo de peso, 500 mg cada 12 h. ¿Cuánto pesa la culpa? Se olvidaron de decirme lo importante, que a veces una sonrisa es analgésica y que el efecto es dosis dependiente y no tiene techo, que una mano en el hombro es el mejor antihistamínico contra la duda y llamar a la gente por su nombre es la benzodiacepina de inicio más corto y semivida más larga.

Al menos, si el camino es duro, la buena noticia es que estará lleno de piedras.